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El Tarot no adivina, revela.

  • Foto del escritor: Ana Ricci
    Ana Ricci
  • 29 abr
  • 2 Min. de lectura

A veces, cuando alguien se acerca por primera vez a una lectura de tarot, lo hace con una mezcla de curiosidad, expectativa… y también un poco de temor.

“¿Me vas a decir el futuro?”, preguntan con cierta inquietud.

Y la respuesta amorosa es: no. El tarot no adivina. El tarot te revela.


El tarot no es una bola de cristal.

No es un oráculo que dicta destinos fijos ni sentencia caminos cerrados.

El tarot es una herramienta de conexión. Un espejo simbólico que refleja lo que ya está ocurriendo en lo profundo de tu ser, aunque aún no lo hayas visto claramente.


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Las cartas hablan un lenguaje antiguo y sabio.

Un lenguaje de símbolos, arquetipos, energías y emociones.

Cuando se despliegan sobre la mesa, no buscan asustar ni anticipar tragedias: buscan iluminar.

Te invitan a mirar tu presente con más conciencia, a reconocer patrones repetidos, a escuchar lo que tu intuición ya sabía pero tu mente racional había silenciado.






Una lectura de tarot no te dirá “esto va a pasar”, sino:

¿Qué está sucediendo en vos ahora? ¿Qué aspectos internos estás listo para transformar?

¿Qué energía te acompaña en este momento? ¿Qué caminos se abren si elegís escucharte con más amor?


Por eso, decimos que el tarot no es adivinatorio, sino revelador.

No viene de afuera. Viene desde adentro.

Las cartas no hablan solas: resuenan con tu energía, tu historia, tus emociones.


Y cuando la interpretación se realiza con respeto, sensibilidad y presencia, se convierte en un acto sagrado.

Un momento de pausa.

Un espacio seguro donde escuchar lo que el alma susurra cuando por fin le damos lugar.


El tarot, en manos conscientes, no condiciona. Acompaña.

No impone. Ilumina.

No adivina. Te revela.

 
 
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