top of page

Qué necesita el miedo de nosotros?

  • Foto del escritor: Ana Ricci
    Ana Ricci
  • 22 abr
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 18 ago

El miedo es una emoción primaria, antigua, profundamente humana. En su raíz más pura, está allí para cuidarnos: nos avisa de un peligro, nos alerta para que tomemos precaución. Pero no siempre responde a una amenaza real. Muchas veces, el miedo aparece sin motivo aparente, o se queda mucho más allá del momento en que era necesario. Y ahí es donde empieza a doler.


Hay miedos que nos cambian la vida cotidiana. Miedos suaves, casi invisibles, pero constantes: miedo a decir lo que sentimos, a equivocarnos, a no ser suficientes. Miedo a que los demás nos rechacen, a que nos juzguen, a que se alejen si mostramos quiénes somos. Miedo al futuro. Miedo a repetir lo que ya dolió.


Y también hay miedos sin forma definida. Miedos que no tienen una historia clara, pero se sienten igual. Son esos que se manifiestan como una opresión en el pecho, un nudo en la garganta, un temblor en las manos, una tensión permanente en la mandíbula o el abdomen. A veces, se transforman en insomnio. Otras, en distracción constante, en un cuerpo acelerado que no puede parar.

Son miedos que se instalan en el cuerpo y lo agotan.


ree

El miedo sostenido puede transformarse en estrés crónico, en hipervigilancia, en fatiga emocional, en necesidad de control. Puede llevar a encerrarnos, a evitar situaciones, personas o decisiones. En los casos más intensos, puede derivar en ataques de pánico, donde el cuerpo grita por lo que la mente no puede contener: taquicardia, falta de aire, sudor frío, sensación de muerte inminente.


Y aunque parezca contradictorio, muchas veces lo que más tememos no es “algo afuera”, sino lo que pasa adentro de nosotras. Tememos sentir. Tememos perdernos en esa emoción. Tememos no poder con lo que sentimos.


A veces, el miedo llega porque algo viejo se despertó, algo que no fue escuchado en su momento. Otras veces, porque vivimos en un entorno exigente, rápido, poco amoroso, que no deja espacio para detenernos y respirar. Y también sucede que el miedo aparece como parte de un proceso de transformación interna: estamos dejando atrás lo conocido, y todavía no vemos lo nuevo con claridad. Ese “vacío entre dos orillas” también puede asustar.


El miedo puede tener mil formas:


  • Puede ser silencioso o ruidoso

  • Puede venir como un susurro constante o como un aluvión que lo paraliza todo

  • Puede aislar, nublar, tensionar, cerrar el cuerpo y el corazón


Pero también, y muchas veces, puede ser una puerta. Una puerta que se abre cuando lo miramos con suavidad. Cuando en vez de pelearnos con él, nos acercamos y le decimos: “¿Qué estás tratando de proteger? ¿Qué parte mía necesita cuidado, abrazo, confianza?”


Reconocer nuestros miedos es un acto de valentía amorosa. Es comenzar a sostenernos de otra manera. Es abrir espacio al coraje real: ese que no niega el temblor, pero decide caminar igual.


No estás solo en lo que sentís. Todos, en algún momento, hemos sentido miedo.

Y lo más importante: todo miedo puede transformarse cuando se lo acompaña con presencia.

 
 
bottom of page