Varios caminos, un mismo destino
- Ana Ricci
- 9 abr
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 abr
No hay una sola forma de despertar.
Vivir con más conciencia es un camino que se construye paso a paso, respiración a respiración, decisión a decisión. En esta búsqueda, hay herramientas que nos acompañan, que nos invitan a mirar más profundo, a escuchar con más presencia, a reconectar con lo esencial. No son soluciones mágicas, sino puertas. Puertas que, al abrirse, nos revelan partes de nosotras mismas que estaban esperando ser vistas, escuchadas, integradas.
El tarot es una de esas puertas. A través de sus símbolos, de sus imágenes cargadas de sentido, nos invita a detenernos y mirar. ¿Qué está diciendo mi presente? ¿Qué energía me habita? ¿Qué necesito comprender? Lejos de predecir, el tarot refleja. Es un espejo del alma, una guía que, en lugar de responder desde afuera, activa respuestas que ya estaban en tu interior.

Pero ver no siempre alcanza. A veces hace falta accionar. Y ahí entra el coaching, como un camino de palabra y compromiso. Hablar con alguien que te escucha sin juicio, que te hace preguntas que abren, que te invita a observarte distinto. Un proceso de coaching es un espacio donde podés revisar tus creencias, tus hábitos, tus elecciones. Donde empezás a construir con claridad el puente entre lo que sos y lo que querés ser. Donde aprendés a caminar con intención.
A ese andar, se suma el arte de volver al cuerpo. La práctica del mindfulness —tan simple y tan profunda— nos recuerda que no hay otro momento más real que este. Respirar, sentir, observar sin reaccionar. Volver una y otra vez al ahora, como quien vuelve a casa. En tiempos donde todo nos empuja hacia afuera, hacia el hacer sin pausa, elegir estar presentes es casi un acto revolucionario.
Y cuando las emociones se vuelven densas, cuando el mundo interno se agita y no sabemos por dónde empezar, las flores de Bach llegan como un bálsamo. Cada esencia trabaja suavemente sobre estados emocionales sutiles o profundos, ayudándonos a recuperar el equilibrio. No se trata de ocultar lo que sentimos, sino de permitir que la emoción fluya, se acomode, se exprese con libertad. Las flores nos acompañan con una ternura silenciosa que sostiene.
La fitoterapia también tiene esa sabiduría ancestral que sana desde la raíz. Las plantas medicinales, en forma de infusión, tintura o baño, nos recuerdan que la Tierra tiene respuestas. Que calmar la ansiedad, fortalecer el cuerpo o aliviar una tristeza puede empezar en una taza caliente, en una hoja que infusiona con intención, en un ritual sencillo que nos devuelve el centro.
El aroma también cura. La aromaterapia actúa sobre nuestra memoria emocional, sobre los estados sutiles del alma. Un aceite esencial puede abrir el corazón, relajar la mente, revitalizar el cuerpo. Un aroma adecuado en el momento justo puede ser un interruptor invisible que nos cambia por dentro. Es una medicina invisible que llega donde las palabras no alcanzan.
Y están también los cristales, las gemas, que vibran con su propia frecuencia. Sostener una piedra en la mano, meditar con ella, llevarla cerca del cuerpo, es entrar en sintonía con la energía de la Tierra. Algunas traen calma, otras enfoque, protección, claridad. Trabajar con cristales no es superstición: es sensibilidad. Es abrirse a la vibración de lo sutil.
Así, estos caminos —que pueden parecer distintos— se entrelazan y se potencian. Juntos forman un tejido. Una red de apoyo, de cuidado, de conciencia. No hay un orden rígido. No hay que recorrerlos todos. Solo sentir cuál necesitás en este momento de tu vida. Y caminarlo con presencia, con entrega, con amor.
Vivir con más conciencia no es vivir perfecto. Es vivir despierta. Atenta. Fiel a vos misma. Y si necesitás una brújula, que sepas que hay muchas. Que cada una de estas herramientas puede ser ese primer paso para volver a vos.