top of page

Curación y Sanación

  • Foto del escritor: Ana Ricci
    Ana Ricci
  • 26 abr
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 29 abr


Dos caminos diferentes hacia el bienestar


A menudo usamos las palabras curar y sanar como si fueran sinónimos. Pero, en realidad, nombran dos experiencias distintas, aunque ambas estén profundamente conectadas con el deseo humano de aliviar el sufrimiento.


Curar tiene que ver con eliminar o aliviar un síntoma, con restaurar una función que estaba dañada. Es un proceso principalmente físico o funcional: sanar una herida en la piel, curar una fractura, controlar un síntoma. Curar busca devolver al cuerpo su equilibrio biológico.

ree

Sanar, en cambio, es un viaje más amplio y profundo.

Sanar no siempre implica que los síntomas desaparezcan de inmediato.

Sanar es integrar, comprender, aceptar. Es hacer las paces con lo que nos duele, transformar el modo en que nos vinculamos con nosotros mismos, con nuestras historias, con nuestras emociones. Sanar implica abrazar nuestras heridas, no ignorarlas; caminar con ellas, no contra ellas.


A veces la curación física ocurre sin que haya una verdadera sanación interna. Otras veces, podemos no encontrar una cura inmediata en el cuerpo, pero sentir que algo profundo ha sanado en nuestro interior: una aceptación, una comprensión, una liberación.


Sanar es un proceso del alma.


Y para esa sanación, herramientas como el mindfulness resultan poderosas aliadas.


Mindfulness —o atención plena— no busca curarnos en el sentido médico tradicional.

No promete eliminar el dolor o la dificultad.

Lo que propone es enseñarnos a estar presentes con lo que es, sin huir, sin pelear, sin juzgar.

Nos invita a mirar nuestras emociones, sensaciones y pensamientos con apertura, curiosidad y compasión.


Cuando practicamos mindfulness, dejamos de luchar contra el miedo, la tristeza o el dolor, y empezamos a crear un espacio interno de aceptación. Ese espacio es profundamente sanador, porque allí el sufrimiento puede transformarse: no desaparece mágicamente, pero cambia su relación con nosotros. Deja de dominarnos, de empujarnos, de definirnos.


Sanar, entonces, no siempre significa eliminar el dolor.

Sanar es aprender a estar con nosotros mismos de un modo más amable, más lúcido, más amoroso.

Es permitir que la vida, tal como se presenta, nos atraviese sin rompernos.

Es volver, una y otra vez, a ese lugar interno donde seguimos intactos, enteros, posibles.


En el camino de la vida, a veces curamos, y a veces sanamos.

Y a veces, las dos cosas ocurren juntas.

Pero siempre, en el fondo, sanar es volver a nosotros mismos.

 
 
bottom of page