Felicidad
- Ana Ricci
- 4 abr
- 1 Min. de lectura
A veces creemos que la felicidad es un lugar al que se llega, o un día que empieza.
O Un destino brillante, limpio, sin obstáculos, al que accederemos cuando todo se acomode, cuando pase el dolor, cuando tengamos lo que falta.
Pero con el tiempo, descubrimos que la felicidad no es una meta lejana, sino una forma de estar en el presente.
Un trabajo suave, cotidiano, imperfecto, real.

La felicidad no siempre se siente como euforia. A veces es apenas una pausa.
Una respiración más profunda.
Un té caliente en silencio.
Una lágrima que se suelta y no juzgamos.
Una conversación sincera.
Un rayo de sol que entra por la ventana.
Es cierto: al principio cuesta. Aprender a estar en paz con lo que hay, a elegir lo que nutre, a dejar de postergar la alegría. Pero como todo lo que se entrena con amor, se vuelve más fácil con el tiempo. Se vuelve una actitud. Un gesto interno. Una forma de mirar.
La felicidad no es perfecta ni constante.
No excluye el dolor, pero lo abraza.
No niega la sombra, pero elige volver a la luz.
No se encuentra… se cultiva.
Y cuanto más la practicamos, más se parece a nosotros.