La herida de la injusticia
- Ana Ricci
- 6 may
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 18 ago
Un llamado silencioso al equilibrio del alma
La injusticia no siempre grita.
A veces ocurre en el más absoluto silencio: una omisión, una indiferencia, un reparto desigual, un gesto que privilegia a uno y deja al otro en la sombra.
Sentir que hemos sido víctimas de una injusticia puede desgarrar.
Porque más allá del hecho externo, algo profundo en nosotros —casi ancestral— se rebela ante lo que percibimos como desequilibrio o abandono.
En lo emocional, la injusticia deja marcas: enojo, tristeza, impotencia.
En lo anímico, puede volverse un peso invisible que arrastramos sin darnos cuenta.
Y en lo espiritual, nos desconecta de la confianza en el fluir de la vida, del sentir que el universo es justo, que todo tiene un sentido.
¿Qué pasa con quien se siente perjudicado?

Cuando somos afectados por una injusticia —real o percibida— lo más natural es querer que se repare.
Pero muchas veces eso no sucede.
Y allí, el gran trabajo no está afuera, sino adentro:
cómo sostener esa herida sin que se transforme en resentimiento,
cómo seguir caminando sin cerrar el corazón,
cómo hacer justicia interna, aunque la externa nunca llegue.
La pregunta que puede guiarnos no es: “¿Cuándo me devolverán lo que me quitaron?”
Sino: “¿Quién puedo elegir ser yo, incluso ante esta falta?”
¿Y qué ocurre con quien se ve beneficiado por la injusticia?
También hay quienes, sin haberlo buscado, se ven en el lugar del que recibe más, del que es preferido, del que “gana” injustamente.
Eso, si se vuelve inconsciente, puede endurecer el alma:
se normaliza el privilegio, se apaga la empatía, se olvida al otro.
Pero si se mira con honestidad, también puede doler.
La injusticia —aunque favorezca— genera disonancia interior:
algo se siente torcido, desequilibrado.
Y ahí, la responsabilidad no es la culpa, sino la conciencia.
Reconocerlo, nombrarlo, y actuar de forma más justa, más equitativa, más compasiva.
El equilibrio no siempre se repara con actos. A veces, se restaura con conciencia.
No siempre podemos revertir una injusticia. Pero sí podemos elegir no repetirla. Podemos dejar de cargar la amargura, y en su lugar, cultivar la claridad.
Podemos dejar de justificar la ventaja, y en su lugar, ofrecer reparación sutil: con presencia, con palabra, con verdad. El alma sabe cuándo algo se equilibra, aunque no haya testigos.
🪷 Una enseñanza de Buda
"El odio no se calma con más odio; se calma con amor. Esta es una ley eterna"
La injusticia suele nacer del miedo, del ego o de la inconsciencia.
Pero el único camino hacia una verdadera reparación no es la venganza, ni la humillación, ni el olvido. Es el despertar de la conciencia.
Donde hay injusticia, el alma pide equilibrio. Y a veces, ese equilibrio comienza cuando una sola persona, en silencio, elige NO devolver con la misma moneda… sino con una nueva forma de ser.